viernes, 8 de agosto de 2008

8 de Agosto

Esto se lo dedico a mi pa, que hace 9 años se iba de este mundo pero que no me abandonó.

No vayas a mi tumba y llores
pues no estoy ahi.
Yo no duermo.
Soy un millar de vientos que soplan,
el brillo de un diamante en la nieve,
la luz del sol sobre el grano maduro,
la suave lluvia de verano.
En el silencio delicado del amanecer
soy un ave rapida en vuelo.
No vayas a mi tumba y llores
yo no estoy ahi,
yo no mori.

Indio Anónimo Americano.

miércoles, 6 de agosto de 2008

Por la paz

Las Mil grullas de origami (千羽鶴 Senbazuru?) son un compendio de mil grullas de origami unidas por cuerdas.

Una antigua leyenda japonesa promete que cualquiera que haga mil grullas de papel recibirá un deseo de parte de una grulla, tal como una vida larga o la recuperación de una enfermedad.

Las mil grullas de origami se han vuelto un símbolo de paz, debido a la historia de Sadako Sasaki, una pequeña niña Japonesa que deseó curar de su enfermedad (leucemia) producida por la radiación de la bomba atómica del 6 de agosto de 1945. Esta dramática historia viene de un libro llamado Sadako y las Mil Grullas de Papel.

En este día, mi deseo y que quiero compartirlo con todos, es que pidamos juntos por la paz, en nuestra vida, en nuestra familia, en el país y en el mundo.

A continuación, copio un texto de Angel Asato que escribió hace tres años, con motivo del 60 aniversario, y que ha tratado de difundirlo a los cuatro vientos, para que esta causa, que ha dejado de ser la causa de un pueblo, pase a ser de toda la humanidad...
Gracias Angel por compartirlo.

No tiren mas (Por los niños)

Eran tiempos en que los niños decían que los bebés venían de París, traídos por una cigüeña, y yo les decía que a mi me trajo la explosión de Hiroshima. Como una partícula de piedra que saltó por el aire, llegué a esta tierra. Para soportar las humillaciones de las películas bélicas, que se trasladaban a los juegos de niños, tuve que forjar mi espíritu como esa piedra. Mi conflicto con el mundo se agudizaba, porque, además de sentirme como “sapo de otro pozo”, en mi casa había dos idiomas: ninguno de los dos me servía para comunicarme con mis padres; ellos no conocían el castellano, ni yo el japonés. Tuve que elaborar mi propio idioma: el de los sentimientos.
Cuando tomo conciencia que en el mundo globalizado, los sentimientos se globalizan, las conductas humanas se globalizan, las soledades se globalizan, los sueños se globalizan y también las muertes se globalizan. Me aterra saber que el “homo videns” ya se comió al “homo sapiens” y que mañana ese monstruo vendrá por mis sentimientos y mis pequeñas historias de vida. Cuando veo que sus pasos son mas largos y mas atroces que los míos, entonces, comprendo que debo aferrarme mas que nunca a mis sentimientos, que comienzan con la infancia, con la inocencia y la magia de creer que se puede cambiar el mundo con el arma de la fantasía, aunque en mi caso, comienzan en los tortuosos dolores de una infancia acribillada “en tiempo de paz”, por la humillación de los fundamentalistas de entonces, por eso, hoy saco a relucir aquella “bandera blanca”, para que esta vez, al menos respeten mis pequeñas historias cotidianas y sobre todo… mis sentimientos. Con ellos construiré una ingenua pared, para aguantar el temporal ingenuamente.
Tanto han golpeado a mi niñez, que no tengo recuerdos de mi infancia que puedan resumirse como una alegre sonrisa capturada en alguna foto, en cambio, tengo otros que, con un poco de coraje para no quedarme a mitad de camino, podría reconstruirlos con trozos de algunas imágenes rotas, las que sobrevivieron al dolor de mi memoria.
Imaginemos un pueblo ubicado en tu infancia o en la mía, con sus calles de tierra, con muchos árboles en las veredas y con alegres pájaros inaugurando las mañanas. Imaginemos una escuela con las señoritas maestras y los niños de guardapolvo blanco, y en la salita del jardín de infantes, entre los gritos y llantos del primer día, donde todo era misterioso y mágico, y en un momento dado una niña se me acerca para preguntarme: ¿querés ser mi amigo?. Y yo, con toda esa carga represiva que pesaba en “mi subconsciente”, mas la angustia del primer día, con mi desconfianza agazapada en mis ojos, con mi hosca mirada que no se apartaba de sus “rubias trenzas” (que me parecían horribles), atadas con un par de cintas rojas, terminado en un delicado moño hecho con todo el amor de una madre; y conociéndome como era entonces, coherente con mis sentimientos, mi respuesta fue: un descortés, desabrido y cruel silencio… como el silencio profundo de la noche de Hiroshima, como los pájaros mudos que no cantaron nunca más, como el silencio del mundo ante tanta tragedia.
Aunque el tiempo haya transcurrido te pido perdón por haber lastimado tu inocencia con la brutalidad de mi sentimiento.
(En algún momento se me deslizaron algunas lágrimas, sí, de las pocas que aún me quedan y que las llevo bien guardadas en el corazón del tiempo, para lavar aquella trágica mañana de mi memoria, y para que los pájaros abreven en ellas sus canciones perdidas; y cuando yo les digo a los hombres que los pájaros cantan en mi silencio, y ellos no me creen… me consuelo con saber, que los niños sí… sienten… cuándo los pájaros cantan con miedo…).
Esa noche, cuando le conté a mi madre el episodio, ella, me reprendió de tal forma con su japonés inentendible, con sus miradas semiderrotadas. Durante toda la noche traté de interpretar el lenguaje de su instinto y de sus impotentes lágrimas. Creo que en el fondo, ella, trataba de humanizar el lenguaje de mis sentimientos. Habrá querido decirme, algo así como que “las malas acciones son de personas con sentimientos malos”, o al menos eso es lo que pude interpretar.
Al día siguiente, fui al jardín con un aire totalmente distinto, pero con la misma visión del mundo. Aquella mañana, en la misma salita, estabas vos, entretenida hasta la médula, cortando y pegando algunas figuritas; y yo, con mis ganas de hacer realidad un sueño, que ocupaba mi mente desde que te vi en la formación, y mis ojos no dejaban de apreciar aquellas “rubias trenzas”, que parecían destellos de pequeños soles dejados por la varita mágica de un hada, fugada de algún cuento infantil (que nunca me contaron), y era lo mas hermoso que había visto y me mantuvo deslumbrado desde el mismo momento en que te vi llegar. Esperaba que levantaras la vista, y como eso no ocurrió fui acercándome tímidamente, mientras miraba de reojo a la “señorita”, pero, al no tener espacio para ubicarme a tu lado, tuve que forcejear un poco, hasta que logré meter medio cuerpo como una cuña a presión, lo suficiente como para extender mi brazo y tomar la tijera, que estaba sobre la mesa y brillaba más que nunca en mis ojos; y, luego, de un breve respiro, con una voz dubitativa y entrecortada por el miedo, me animé a decirte: ¿…me prestas un ratito… que me olvidé traer la mía…? (en realidad teníamos una sola tijera y compartíamos con mi hermano algunos útiles). Y los días fueron pasando, hasta que llegó la Revolución Libertadora, y como mi padre era extranjero, y no hablaba bien el castellano, fue el primero en quedar sin trabajo. Tuvimos que emigrar a otro pueblo. A partir de entonces, mi silencio tiene un hueco tan profundo como la noche de Hiroshima.-
Dedicado: a los sobrevivientes del miedo,
a los pájaros que volverán a cantar en Hiroshima
y a mi Dulcinea de la infancia
Ángel Asato
Córdoba - Argentina